Naturaleza urbana en sociedad

Al rescate del jardín planetario

Una de las más hermosas historias que se ha contado la humanidad para no perder la fe en el futuro y no morir de la verdad, como diría Nietzsche, es la visión de la Tierra como un organismo vivo, autónomo y autorregulado, del cual formamos parte y del que dependemos para sobrevivir. (...)

(...)

No es casual que James Lovelock desarrollara la teoría de Gaia por el mismo tiempo en que se difundieron las fotografías del planeta azul tomadas desde el espacio exterior por las distintas misiones Apolo entre 1963 y 1972. Las imágenes de esa frágil nave interestelar, por usar una expresión de la época, en la que la humanidad entera vagaba por la inmensidad del universo, no dejaron indiferentes a nadie y contribuyeron al despertar de la conciencia planetaria. Otro tanto había ocurrido un siglo y pico antes cuando la publicación de El origen de las especies (1859) de Charles Darwin puso en circulación la idea de que los humanos eran monos evolucionados. Las primeras asociaciones de defensa de los animales surgieron poco tiempo después, presumiblemente inspiradas por la poderosa narrativa del darwinismo. Esa es la fuerza de los buenos relatos: servir de combustible para la acción humana.

 

 

Si queremos cambiar los patrones de producción y consumo antes de que sea demasiado tarde y esté fuera de nuestro alcance decidir nuestro futuro, urge colonizar el imaginario colectivo con una nueva narrativa, que celebre la codependencia de todas las formas de vida y defina a los humanos no por oposición a la naturaleza sino por su amor a ella. Ese mito fundacional de una nueva era de ilustración ecológica debe dotar de sentido a los sacrificios necesarios para revertir la situación y aunar subjetividades en la tarea común de poner freno a la degradación de los ecosistemas marinos y terrestres. Cuánto más podremos seguir violentando la biosfera sin provocar un colapso medioambiental e, irónicamente, una abrupta regresión al estado de naturaleza. El riesgo de ecocidio, por usar la elocuente expresión acuñada por Kirkpatrick Sale, es tan real que, según muchos científicos y activistas, hemos entrado en una nueva era geológica: el Antropoceno, caracterizada por la dominación de los humanos sobre el planeta.

 

 

Todos y cada uno de nosotros, sin excepción, estamos embarcados en un experimento medioambiental de resultados impredecibles. Y nos hallamos ante la disyuntiva de permanecer ciegos a las señales del cambio climático o sumarnos al coro de voces que, desde todos los ámbitos, abogan por refundar la alianza con la naturaleza y movilizar las fuerzas del Eros y el altruismo para salvar lo que amamos.

Quiero embarcarme en el cambio

Santiago Beruete

Escritor, Filosofo, docente y comunicador

Artículos del autor