Naturaleza urbana en sociedad

El árbol en la ciudad: Pongamos que hoy hablo de Madrid

La protagonista del post de hoy circula en redes sociales desde hace días: se llama Filomena y “Pongamos que hablo de Madrid”.

¿Os acordáis de la de Sabina? 

...Que me dejó la vida en sus rincones, 

... los pájaros visitan el psiquiatra, 

... las estrellas se olvidan de salir, 

... el sol es una estufa de butano, 

... aquí no queda sitio para nadie...

... pongamos que hablo de Madrid.

El post de hoy va escrito a dos voces. Desde la crónica de Pablo García, uno de nuestros colaboradores del blog, que lo ha vivido desde casa,  y desde  mi perspectiva como profesional que lo ha visto desde fuera. 

Si vives o visitas Madrid, si te conectas con la naturaleza, si te expresas en sus lenguajes, si tu corazón es verde quizás quieras saber sobre los cientos de miles de árboles caídos, daňados o muy dañados en Madrid durante el temporal Filomena.

Por eso quizás podríamos empezar avisando, como en algunas canciones o en noticias de la televisión, que el contenido tratado en este artículo podría despertar la sensibilidad humana hacia el planeta.

Se esperaba una gran nevada a principios de enero en la ciudad de Madrid con temperaturas por debajo de 0º. Y ocurrió. Empezaría suave. Las primeras nieves de la mañana del viernes 7 de enero dejaban un fino manto blanco que se derretiría como algo más de la actividad diaria de la ciudad. La nieve es un magnifico espectáculo, en estas latitudes, especialmente cuando vives en un entorno urbano y el “hormigón” limita el contacto directo con los procesos naturales de la tierra. Quizás por ello se esperaba un poco más de esa nieve y poder disfrutar de ella.

Así que el sábado por la mañana, como ocurriera el día anterior, comenzó otra vez a nevar. Esta vez sin pausa hasta la tarde del domingo. Y la nieve cuajó. La naturaleza nos regaló una realidad tan bella como inesperada, tocando ese lugar sensible que el confinamiento del pasado año nos recordó que tenemos. Pero no todo es romanticismo decimonónico. La nieve también es peligrosa, fría, dura, adversa.

Hay un refrán muy propicio que dice “nunca llueve al gusto de todos”. Pues poco a poco fueron apareciendo las diferentes caras o realidades de la nevada. Euforia, juego, deporte, contemplación, accidentes, destrozos, aislamiento, escasez, solidaridad… Y en una de esas realidades no nos vemos a nosotros solos. Una en la que los seres humanos no somos el centro. Ahí, ese lugar desde donde puede verse la gran población de árboles de Madrid, millones de árboles están habitando la ciudad junto a millones de personas.

En esa realidad continuará esta historia.

Después de la ventisca, la nieve acumulada en las calles alcanzaba un espesor en torno a 50 cm. Al recorrer la ciudad raro era caminar algunos metros sin encontrar una rama partida o un tronco caído. En mi calle y en mis parques cercanos. Pero también en la de mis amigos y amigas. Era una constante en todo Madrid. Y aunque aún estaban por tasar los daños ya podía verse en las calles la magnitud del desastre que afectaba a árboles de hoja perenne y árboles de hoja caduca; a árboles de gran tamaño y arbustos; a árboles jóvenes y árboles centenarios; a árboles en las aceras y árboles en los parques; a árboles en el centro y árboles en la periferia.

Y mientras la ciudad con sus ritmos propios parecía llamar a sus habitantes con premura de vuelta a la cotidianidad la naturaleza, que guarda nuestros miedos, dependencias y limitaciones, comenzaba a soltarlos. Por ejemplo, se nos plantean situaciones tan elementales como “dónde obtener alimento” o “hacer un camino” al salir de casa.

Esta vez que sobrevivimos al temporal, los árboles, nuestros mejores amigos ambientales en tiempos de cambio climático, con los que compartimos aire y convivimos en un mismo espacio, yacían desprotegidos. Por eso a pesar de la absorción de CO2, el descenso de las temperaturas urbanas, la sombra, el alimento a otras especies y su contribución a la biodiversidad, el bienestar físico y emocional, la percepción del paso del tiempo y de las estaciones, el valor simbólico y comunitario, el regalo estético en forma de bonitas estampas ... sólo sabemos amontonar las ramas a un lado, como se amontona la nieve y el hielo, para que no estorben. Las apartamos apartando nuestros miedos porque no sabemos qué hacer con ellos. Y creo que peor aún, las apartamos porque no hemos dejado espacio en los lugares que habitamos para que el funcionamiento de la propia naturaleza lo reintegre y siga adelante.

Quizás sea conveniente, o imprudente, destapar aquí y ahora otro pensamiento romántico, esto es, que la naturaleza necesite o dependa de nuestros cuidados. Esto supondría aceptar parte de nuestra vulnerabilidad. Bastaría entonces con tener cuidado de sobrevivir sin destruir, de entender sin dominar y de integrarse dentro de ella.

Bueno, los árboles que plantamos y viven junto a nosotros, nuestros vecinos, quizás si debamos hacer algo por ayudarles.

Descubrí recientemente un artículo de María Paredes para Buena Vida de El País, que hablaba del silencio. Lo necesitaba: Capitolio, Filomena, Covid-19, más Covid-19, bronca política, más bronca política, "tú más", "no, tú más", ciudadanos hartos, quejas, quejas, y más quejas.

Ha nevado mucho en Madrid... pero no sólo en Madrid. El escenario parece desolador en la meseta central. Pero hay una diferencia entre el Urbanita y el que no lo es, en la forma en que nos enfrentamos a estos episodios climáticos adversos. Los urbanistas parecemos desconectados de la naturaleza en nuestra burbuja de confort urbano. Lo urbano frente a lo rural, una misma realidad se vive diferente. El primer día, euforia de guerra de bolas improvisadas en las calles inundaban las redes sociales celebrando la nevada, espontáneos esquiando por las calles, “raves” improvisadas y luego, tras las heladas “esto ya no mola”. Rabia, frustración, tristeza, agotamiento, cierto caos que se acumula, consecuencia de la restricción de libertades que nos ha impuesto la COVID-19, al que le sumamos innumerables descalabros económicos asociados, y ahora esto. 

Surgen voces que cuestionan Filomena, fenómeno aparentemente contrario a la constatada subida de temperatura que acusa el cambio climático. Otros autores apuntan al cambio climático como causa de estos efectos, y en este debate nos encontramos. 

Un panorama desolador de dimensiones inabarcables y pérdidas de incalculables, me refiero al valor de las cosas. La pérdida irreemplazable de un único ejemplar en el Jardín Botánico de Madrid no tiene precio, no puede ser sustituido.

No pretendo incurrir como algunos políticos, de una mediocridad insoportable, en el “tú más” sin plantearnos un necesario trabajo en equipo para afrontar una realidad compleja, con la necesidad de optimizar los recursos desde el principio. Desde donde se percibe, parece que no ha sido así. Y como siempre en esta España “de pandereta” tras el hastío y la evidencia de la magnitud de la catástrofe toca buscar culpables.

Así que en eso estamos en los últimos días: Afirmaciones como “la culpa es de los técnicos que no han sabido elegir bien las especies y ahora pagamos las consecuencias” o “se debe a las podas y a los trabajos mal ejecutados”.  También podemos decir que “la culpa fue del chachachá...” y trasladar al plano de debate de la opinión pública una simplificación de lo sucedido. Pedro Calaza y Mariano Sanchez, dos referentes en Arboricultura lo explican muy bien en sus artículos recientes, no me extenderé por ello en la cuestión técnica, salvo apuntar que los árboles se preparan para recibir cargas de nieve anuales y Filomena les pilló por sorpresa.

La realidad es que pertenecemos a una sociedad infantil, podemos jugar a tirarnos bolas o empezar de una vez a trabajar desde lo individual, promoviendo los cambios que se requieren para detener las consecuencias del cambio climático. Así, por simplificar, la culpa no es sólo de la poda, y no, no podríamos haber colocado estructuras como las japonesas “Yukitsuri”, quizás salvo sobre una serie de ejemplares singulares de valor incalculable. 

Las decisiones que se tomen sobre el arbolado tendrán consecuencias sobre la fauna que alojan y que ya se ha visto afectada. Por ello la solución no es sencilla, y va a resultar complejo alcanzar soluciones. 

Además, debemos ser conscientes de que para resolver lo sucedido tras Filomena vamos a requerir recursos económicos de alcance, no sólo para acometer las labores de inversión o transformación necesarias, si no para las labores posteriores de conservación, que deberán estar bien dimensionadas, resultar suficientes y ser mantenidas en el horizonte temporal.

Paradójicamente, algunos de los que ahora reclaman que los árboles estaban debilitados y podían haber sido sustituidos, no permitieron en su día las necesarias sustituciones enarbolando defensas exaltadas. 

Pero no debemos olvidar lo que no es Madrid, ni el alcance de las pérdidas provocadas por Filomena también en la otra España afectada; un artículo de El País daba este fin de semana  lucidamente voz a las peripecias de un pastor de Azuara para atender a sus ovejas, reflejando la rudeza de otra forma de vivir en lo rural, evidenciando que ellos son de otra pasta y tienen mucho que enseñarnos. 

Debemos trabajar en equipo, con rigor, dando voz a los colegios profesionales, dotando de recursos inmediatos de inversión para acometer los cambios necesarios, en ciudades que dispongan de verde y que éste prospere sin dificultades, pero sin olvidarnos de las necesarias dotaciones de recursos de mantenimiento ajustadas y proporcionadas. Contar con equipos de profesionales con una adecuada formación en arboricultura es clave para atender a las necesidades actuales de los bosques urbanos. Aprovechemos la oportunidad para transformar los espacios disponiendo el arbolado en las condiciones que requiere para su supervivencia. 

Ahora y siempre, para bosques urbanos y ciudades habitadas y habitables, porque hoy es Madrid pero ya hemos vivido otros temporales con consecuencias devastadoras en otros ámbitos de España, y vendrán más. 

Pero no debemos olvidar trabajar desde lo individual modificando nuestros hábitos y rutinas de forma contribuyan a un menor impacto. 

Confío que las actuaciones que se acometan a lo largo de estos días sobre el arbolado ubicado sobre emplazamientos privados sea atendido con el mismo celo y la prisa, el miedo y los intereses económicos no nublen y comprometan la conservación del patrimonio afectado.

Necesitamos una sociedad abierta que respete, confié y facilite los cambios necesarios y una labor de comunicación de alcance, que permita comprender la complejidad de las soluciones adoptadas. ¿Daremos la talla como sociedad? Eso espero, de nosotros depende.

Pablo García

Psicólogo en Educación y Desarrollo Evolutivo y Arteterapeuta

Artículos del autor