Naturaleza urbana en sociedad

La vegetación espontánea en la ciudad

¿Cómo percibimos la vegetación espontánea en la ciudad? A lo largo del proceso de migración de la población del campo a la ciudad, la vegetación espontánea presente en las ciudades ha sido percibida como un reducto de ruralidad, con connotación negativa; a consecuencia de ello, ha sido incorporado por los gestores del Verde público, bajo esta perspectiva. Mónica, en esta primera colaboración nos da su visión ante el nuevo cambio de paradigma, apostando por la biodiversidad y replanteando los modelos de gestión, en una nueva percepción, ofreciendo un amplio campo de miras y herramientas claves a desarrollar en la gestión, en la necesaria transformación de "malas hierbas" a "las guapas del asfalto". Muy necesario, gracias Mónica y Bienvenida!!!

Muchas especies de plantas, a menudo mal conocidas con el nombre de ‘malas hierbas’, crecen espontáneamente dentro de las ciudades y pueblos. Son plantas oportunistas, ruderales, normalmente de pequeño tamaño, que suelen aparecer en espacios alterados, como son los alcorques, los descampados, los taludes, el césped o, incluso, entre las grietas de las aceras.

Estas plantas rara vez se tienen en cuenta en la gestión de los espacios verdes más allá de una lucha incesante y vana para erradicarlas. Y sin embargo toda una vida gira en torno a ellas. 

Efectivamente, la flora espontánea ofrece muchas funciones ecológicas. Por un lado favorece el establecimiento y mantenimiento de la biodiversidad proporcionando una fuente de alimento y un hábitat para artrópodos, polinizadores, aves y pequeños mamíferos. Al tratarse de plantas de larga implantación en el territorio son especialmente atractivas para la fauna local. Plantas como el trébol o el diente de león cuentan con polen y néctar abundante y de calidad que permite nutrir a las abejas y otros polinizadores, entre ellos los sírfidos, grandes controladores de pulgón. La mayoría florecen durante un largo período, incluso al inicio de la primavera, por lo que constituyen un recurso esencial para las abejas solitarias, sírfidos o parasitoides en el momento que terminan su período de hibernación.

Además, esta vegetación, como toda la vegetación, desempeña un papel esencial en la fertilidad del suelo, en particular estimulando la actividad biológica, limita la erosión y la escorrentía al promover la infiltración de agua en el suelo, y ayuda a reducir la contaminación del agua al filtrar y fijar las partículas contaminantes.

A pesar de todas las ventajas que nos aporta la flora espontánea, en los espacios verdes de nuestros pueblos y ciudades aún dominan las plantas ornamentales, algunas originarias de países lejanos,  que se adaptan mal a nuestras condiciones, requieren riegos continuos y sufren con las elevadas temperaturas. Además, muchas de estas variedades son el resultado de proceso de selección en los que se han favorecido aspectos puramente ornamentales, como la belleza o el colorido de sus flores, pero en los que se han perdido  la capacidad de alimentar a la fauna local puesto que no dan néctar o polen para los insectos ni semillas o frutos para los pájaros y los pequeños mamíferos.  Por ejemplo, encontramos alcorques sembrados con flores como coreopsis o acianos de flor doble. Suelen formar parte de mezclas de semillas que contienen variedades ornamentales, no silvestres, es decir que las semillas han sido seleccionadas durante años para que al final la flor sea más grande, con más pétalos. Es muy bonita, pero da mucho más trabajo a los insectos: les atrae el color vivo pero por dentro apenas encuentran comida, así que gastan energía en nada.

Por el contrario, utilizando una mezcla de semillas autóctonas,  se obtiene una floración menos vistosa, menos abundante pero mucho más duradera. Los aciagos silvestres y las amapolas del primer año darán paso a las margaritas, luego habrá geranio silvestre, achillea silvestre, centaureas silvestre, etc. El macizo variará en su apariencia y durará mucho más. Menos llamativo, pero más beneficioso para los insectos.

Mientras las variedades ornamentales se siguen utilizando en nuestros alcorques y parterres,  las "malas hierbas", las flores más resistentes y más atractivas para la fauna,  se tratan con productos químicos, o, en el mejor de los casos, se eliminan con sistemas mecánicos. Cuando las dejamos desarrollarse sin intervenir el espacio se percibe como ‘sucio’  o ‘abandonado’.  

En los últimos años los ayuntamientos están tomando conciencia del peligro del uso de herbicidas y muchos de ellos se han declarado ‘libres de glifosato’. A pesar de ello estos productos han sido, durante décadas, ampliamente utilizados, lo que ha supuesto  un importante impacto en el medio ambiente ya que  una parte de estos tratamientos terminan en los valles y arroyos.

Existe todo un amplio abanico de soluciones para encontrar un compromiso y permitir, en determinados espacios, que esta flora espontánea se desarrolle libremente.

Foto 1 y 2: Las flores espontáneas o las silvestres autóctonas son más atractivas para la fauna local que las flores ornamentales.  

Hay muchos espacios en nuestros pueblos y ciudades donde la vegetación espontánea puede desarrollarse. Cada uno de ellos tiene unas características especiales en cuanto a la higrometría, tipo de suelo, exposición, etc. y por lo tanto también permitirá el desarrollo de una flora específica.

A falta de acantilados naturales, algunas especies de plantas específicas de este hábitat han encontrado en las urbes otros espacios donde arraigar y crecer. Así, los muros, ya sean de piedra calcárea o silícica, son un excelente soporte para  musgos, helechos y flores que surgen de pequeñas grietas, como la bonita hierba de campanario (Cymbalaria muralis), especializada en vivir en muros.

Calles, aceras, cunetas, medianas, rotondas, son espacios impermeabilizados pero capaces de albergar plantas silvestres anuales, es decir, aquellas que germinan, se desarrollan, florecen, dan fruto y mueren en el mismo año. Este tipo de plantas solo pueden germinar en suelos o partes del suelo sin vegetación. Desde el punto de vista de su gestión, es muy importante permitirles realizar su ciclo completo para asegurar su continuidad el año siguiente. En la práctica, esto significa segar o desbrozar después de la producción de semillas. En estos espacios, mayoritariamente impermeabilizados, resulta vital evitar el uso de herbicidas ya que se lavan rápidamente con las primeras lluvias y acaban contaminando los cauces y ríos.

Pero donde la flora espontánea puede desarrollarse mejor en la ciudad es en los espacios verdes urbanos (parques, céspedes, alcorques, macizo de flores…). Si a estos espacios le sumamos los jardines privados, esto representa una superficie no despreciable. Estos espacios son idóneos para integrar las hierbas espontáneas si no fuera por las constantes intervenciones humanas que se llevan a cabo en ellas: siegas, podas, tratamientos químicos...

A pesar de las enormes exigencias, tanto a nivel de recursos hídricos, como de personal, maquinaria e insumos, los céspedes siguen siendo unas de las superficies vegetadas más abundantes en nuestros pueblos y ciudades. Se trata de prados cultivados utilizando un número limitado de especies de gramíneas seleccionadas  que se mantienen bajas a costa de siegas regulares. Cuentan con una diversidad florística muy reducida, especialmente si las comparamos a los prados naturales.  Si este uso importante de recursos y mantenimiento intensivo puede estar justificado en zonas concretas, no debería ser la norma y  se podría, en otros lugares, pasar a gestionarlos de forma menos intensiva, lo que permitirá su enriquecimiento florístico y, posteriormente, faunístico.

Para transformar gradualmente un césped ornamental en un césped naturalizado o en un prado florido, basta  con elevar la altura de corte a 7-8 cm, espaciar las siegas y eliminar los productos fitosanitarios y el abono. Para favorecer la vida silvestre hay que reservar áreas de refugio no segadas y dejar el pasto cortado 1 o 2 días antes de retirarlo. Por último, hay que evitar intervenir entre junio y agosto, cuando los insectos y el resto de fauna encuentra en estos espacios un refugio frente a las elevadas temperaturas. 

Si se cuenta con más espacio, en parques más extensos, se pueden introducir los herbazales, espacios en los que la siega y el riego son aún más espaciados y la altura de corte es más alta (mínimo de 10 cm), con lo que aparecen una gran variedad de flora espontánea, que también incluye variedades de porte más alto. En algunos casos se pueden realizar siembras de flores específicas para crear espacios más diversos. 

Foto 3: Algunas plantas herbáceas (margaritas, ranúnculo y diente de león) se desarrollan rápidamente cuando se espacia la siega.  

Foto 4: Herbazal sembrado con flores silvestres en un parque.

Existen en la ciudad algunos espacios que rápidamente se colonizan por hierbas espontáneas, debido a que la propia gestión que se realiza propicia suelos limpios de vegetación y, por tanto, fáciles de colonizar. Entre estos espacios están los alcorques. Mantener esta vegetación espontánea seria la opción más económica e interesante desde el punto de vista ecológico. Sin embargo suele ser la menos aceptada por la ciudadanía ya que, como hemos comentado, la falta de intervención se percibe como ‘dejadez’.

Para evitar el uso de herbicidas o un mantenimiento intensivo la mejor opción, una vez más, nos la proporciona la vegetación. En este sentido las siembras de semillas silvestres, siempre bien escogidas para que se adapten bien y nos proporcionen beneficios ecosistémicos, son una solución económica e interesante que no requiere una gestión intensiva. Esta opción nos permite, además, integrar la flora espontánea. Sin embrago, debemos conocer bien su funcionamiento para gestionarlos de forma correcta (periodos de siembra, siega,…) y obtener, así, un resultado adecuado.

Existen otras alternativas para los alcorques como la siembra o bien la plantación de vivaces silvestres o tapizantes. En todos los casos es importante estudiar antes el entorno, el tipo de alcorque y lo que se quiere conseguir para maximizar el resultado.

Foto 5: Alcorque sembrado con flores silvestres

Desde un punto de vista ecológico, la solución ideal en los parques y parterres es dejar se desarrollan especies espontáneas. Sin embargo sabemos que ésta propuesta no siempre es viable.  Otras opciones que se pueden trabajar van enfocadas, por un lado, a integrar la hierba espontánea y, por otro lado, a minimizar su presencia, con el uso de plantas tapizantes o acolchados. Integrar algunas especies en los parterres, especialmente si se trabajan junto con plantas vivaces, como las salvias, las verbenas o las gramíneas, con las que combinan muy bien, es la opción más interesante, ya que nos permite aprovechar las grandes ventajas que esta flora nos aporta, especialmente a nivel de biodiversidad, pero requiere de un buen conocimiento por parte de los jardineros que realizan el mantenimiento.

En las superficies permeables sin vegetación, como las zonas con arena en parques y paseos, es totalmente viable y, además la mejor solución, dejar que se desarrolle la flora espontánea. El mismo pisoteo o el corte en substitución del arrancado o eliminación química permite que el espacio se vaya colonizando con especies de desarrollo horizontal, como el alfiler de pastor (Erodium cicutarium), compuestas de porte bajo y formación en roseta como el diente de león (Taraxacum officinalis) o leguminosas como el trébol (Trifolium repens) o el cuernecillo (Lotus corniculatus), que solo requieren alguna siega ocasional. En cada zona se desarrollaran las hierbas más adaptadas, es decir las más eficientes y las más apreciadas por la fauna local y, con un poco de observación e interés, pueden ser unas grandes aliadas del jardinero. Sin embargo, para que este tipo de gestión se perciba de forma positiva por parte del ciudadano es recomendable que se realicen algunas siegas (de 2 a 6 anuales) para que las diferentes especies presentes mantengan una altura homogénea.

Foto 6: Espacio con vegetación espontánea utilizada como tapizante.

El cambio de gestión que implica integrar la hierba espontánea en nuestras áreas verdes, como los ejemplos que hemos explicado de transformación de céspedes en prados y herbazales o de siembras en alcorques, debe realizarse con un diálogo permanente que permita explicar a la ciudadanía el sentido de estas actuaciones. En ocasiones, las prácticas de naturalización suelen confundirse con la negligencia o la falta de mantenimiento, que genera rechazo o, en el mejor de los casos, escepticismo. 

Por tanto, la comunicación es esencial para conseguir una buena aceptación por parte de los ciudadanos. Esta puede realizarse por muchas vías (página web, redes sociales, folletos, carteles informativos,...).

El conocimiento forma parte también del proceso de aceptación de la flora espontánea. En una encuesta realizada en Francia sobre la percepción de la flora espontánea por parte de la ciudadanía (Programe Acceptaflore, Plante et Cité, 2009-11) se puso de manifiesto que el conocimiento botánico era un factor muy importante en esta percepción.  Las personas que conocen los nombres de las plantas silvestres aceptan más su presencia que las personas que las caracterizan como "malas hierbas". Las plantas espontáneas siguen siendo un elemento poco conocido de la ciudad para algunos ciudadanos: su carácter anecdótico no las hace aptas para exponerlas solas, por eso, es necesario vincular su presencia a un objetivo de mejora del verde urbano y de la biodiversidad y, por extensión, de la calidad de vida y el compromiso con la sostenibilidad.

Foto 7: Espacio con siembra de flores silvestres que integra las hierbas espontáneas que suelen aparecer en él.

Foto 8: Comunicación de la nueva gestión con carteles situados en los espacios verdes.

Mónica Bedos

CEO Adalia, Ingeniero Técnico Agrícola

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