Naturaleza urbana en sociedad

Reeducarnos en alimentación

Las elecciones alimentarias que realizamos cada día tienen consecuencias mucho más amplias y complejas que la inmediata de saciar la necesidad básica de comer. Hoy reflexionamos sobre ello, invitando a ser parte activa del cambio a través de nuestra cesta de la compra.

El simple hecho de elegir una pizza congelada o una bolsa de pan de molde en un supermercado perpetúa un sistema insostenible basado en la explotación de los recursos naturales y energéticos; la pérdida de biodiversidad, tanto de semillas como de especies animales; la cría masiva de ganado en tristes condiciones; la degradación del suelo hasta su completa infertilidad, etc. Hablamos de un sistema realmente enriquecedor y exponencial en producción y beneficio a corto plazo, pero devastador cuando miramos a un futuro no tan lejano. 

Ideas como el consumo local y Km 0, revalorización de lo autóctono, agricultura sostenible o ganadería extensiva, van haciéndose un hueco cada vez más amplio en nuestro vocabulario. Esto, definitivamente, son buenas noticias. Sin embargo, falta un ejercicio de “comprehensión" y consciencia para que estos conceptos empiecen a ser parte de nuestra realidad, y no solo unas palabras de moda. 

El primer problema: decelerar el cambio climático no es el objetivo de las personas cuando compran su comida. Y es normal, existen otras prioridades personales mucho más relevantes. No lo es, porque no imaginan las consecuencias que desencadena el llenar el carro. Comprender de dónde viene una lechuga, qué diferencias hay entre una lechuga del huerto de mi pueblo o una lechuga de una macro-extensión en Chile. Apreciar su sabor y elegir verduras de temporada porque saben mejor. Hacer de la elección de unos alimentos y no otros una inversión de futuro. Y no sólo una inversión a futuro altruista y utópica, sino una que realmente genere cambios positivos y duraderos. 

Pero mientras una generación deja de usar bolsas de plástico y compra comida ecológica, la que le sigue venimos sin saber de dónde sale el plato de lentejas que nos ponen en la mesa. Aquí aparece el segundo problema: la cultura gastronómica desaparece poco a poco siguiéndole el ritmo al éxodo rural; el tiempo disponible para cocinar cada vez es más reducido, casualmente, inversamente proporcional al dinero invertido en publicidad en la industria de los ultraprocesados. Y aunque hay más factores que han generado esta triste situación, igual mejor, nos enfocamos en la solución. 

Evitar la pérdida de nuestro patrimonio culinario puede ser tan fácil como acompañar a un niño de la mano a un huerto y enseñarle cómo crece una lechuga. Y luego contarle por qué tiene que cuidar esa lechuga, que la recoja el mismo, la pruebe y la prepare. Educar en alimentación y gastronomía implica, como hemos visto, resultados en cascada en muchos aspectos, que van desde la salud individual hasta la recuperación de ecosistemas. 

También reeducarnos en nuestra cómoda posición de adultos que ya sabemos todo. Podemos reaprender a comer y a comprar. Y nunca es tarde para ello. De esta necesidad de conectar de nuevo con el cuerpo y la alimentación nació Mañanitas: desayunos y rituales, un libro dedicado al desayuno y al hacer despacio. Entre sus páginas, la importancia de entender cómo lo que comemos se relaciona con nosotros y el entorno se respira en las ilustraciones de Blasina Rocher y en cada capítulo dedicado a la compra, a la temporalidad y al autocuidado. Claudia Polo y Blasina son las autoras detrás de este proyecto autoeditado: una oda a las mañanas lentas y a la comida consciente. 

Los Niños se Comen el Futuro, organización de Xanty Elias trabajando en incluir la alimentación en enseñanzas primarias.

Claudia Polo

Es estudiante de Gastronomía

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