Del maravilloso ensayo El Árbol de John Fowles:

(...) La ciencia está obsesionada de una manera casi metafísica con las verdades generales, con las categorizaciones que van sucediéndose hasta ir a desembocar en cada especie, con las leyes funcionales, que resultan más o menos valiosas en función de su universalidad y con las estadísticas, para las que un Bach o Leonardo no son más que un dato, uno de los muchos agujeros que se van sucediendo en una cinta perforada de ordenador.  (…)Tal vez estudie al individuo, pero solo con el fin de establecer leyes y hechos más ampliamente aplicables. La ciencia dispone de poco tiempo para las pequeñas excepciones. Pero la naturaleza, al igual que la humanidad, está hecha de pequeñas excepciones, de entidades que, de alguna manera no se ajustan a la norma general aunque resultan indiferentes desde un punto de vista científico. Creer en este tipo de excepciones es tan fundamental para el arte como para la ciencia lo es creer en la utilidad de las generalizaciones. De hecho, casi se podría definir el arte como esa rama de la ciencia a la que no puede acceder la ciencia actual por culpa de la estrechez de sus propios principios y doctrinas.(…)

No habrá mucho que hacer al respecto hasta que aceptemos tres verdades sobre la naturaleza. La primera consiste en conocerla plenamente es tanto un arte como una ciencia. La segunda, en que el espíritu de ese arte reside en nuestra propia naturaleza personal y en su relación con otra naturaleza, y no  en entender lo natural como una colección de “cosas” que solo existen fuera de nosotros. Y la última, en que este tipo de conocimiento, o de relación no es reproducible por ningún otro medio.

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