Cuando plantas una semilla, plantas una promesa. Lo mismo podría decirse de los aforismos. He aquí un puñado de ideas volanderas destinadas a sembrar en la conciencia de los lectores la simiente de la esperanza. Estos tratados del tamaño de una frase pretende ayudarles a imaginar un futuro diferente al que parecemos condenados por la emergencia climática y el control tecnológico.
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Las paralelas del progreso y la tecnología se encuentran en el infinito de un crecimiento sin emisiones de carbono.
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Solo si el sentimiento de comunidad planetaria prevalece sobre las mil y una formas de etnocentrismo, sectarismo y supremacismo, conseguiremos desviar el rumbo suicida de la sociedad tecnocapitalista y revertir los estragos del Antropoceno.
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Cobrar conciencia de la Biosfera, del parentesco genético de todas las formas de vida y de nuestra dependencia mutua, significa cobrar conciencia de nuestra fragilidad como individuos y especie.
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Mientras que la lucropatía conduce al ecocidio, el biomimetismo permite visualizar un principio de esperanza y nos devuelve la fe en el futuro, de paso que nos ayuda a recobrar el sentimiento de unidad con todo lo viviente que perdimos en algún recodo del camino del progreso.
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Cómo absorber más gases invernadero de los que emitimos constituye el desafío medioambiental de nuestro tiempo, y el argumento del épico relato que todos estamos llamados a protagonizar para salvarnos de nosotros mismos.
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Biofilia y filosofía son las dos caras de una misma moneda que cada uno debe acuñar para que tenga valor.
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La transición hacia un futuro sostenible, además de energética y digital, debe ser también ética. A fin de cuentas, no hay mayor innovación que un cambio de mentalidad.
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La defensa de la biodiversidad biológica es indisociable del respeto a la discrepancia intelectual y el pluralismo político. Lo contrario es el monocultivo ideológico y la esterilidad del pensamiento único.
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Uno acaba amando todo lo que cuida. Por eso mismo un jardín es sobre todo un espacio de cariño y una escuela de ética medioambiental. De ahí también que la solución a la emergencia climática pase porque los terrícolas se vean como cuidadores del jardín planetario.
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La moraleja del cuento del crecimiento ilimitado es que la salvación del planeta pueda exigir nuestra servidumbre.
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La miopía antropocéntrica nos impide ver que la solución a la emergencia climática pasa por imitar la economía circular de la naturaleza, donde los residuos se convierten en recursos y los excrementos en nutrientes.
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Solo si el animal humano aprende de los otros habitantes del planeta, plantas y animales, que llevan aquí mucho más tiempo de él, y los mira como maestros en vez de como comida, mercancías, bienes, … encontrará la manera de salvarse de sí mismo.
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Cuando nos desconectamos de la naturaleza, nuestra brújula interior se desimanta y únicamente podemos extraviarnos.
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A todo aquel que aspira a ser una persona cultivada en estos tiempos de emergencia climática y celeridad tecnológica no le queda más remedio que asilvestrarse literal y metafóricamente.
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Vivir en desacuerdo con la realidad sin rendirse al conformismo y la desesperación es el único acto de rebeldía posible.