Naturaleza urbana en sociedad

Érase una vez... un árbol en la ciudad.

A veces, los cuentos y fábulas trasladan un mundo posible, pero aún así, lejano. En consecuencia, el contraste entre lo relatado y la realidad presente nos invita a reflexionar. ¿De verdad sería tan difícil que esta historia tuviese otro final?

Érase una vez, la semilla de un árbol. Siendo pequeña, creció entre algodones, con el mejor substrato, con la luz, temperatura y humedad adecuadas. Protegida y resguardada de todos los males.

Fue creciendo, como sus compañeras, en el vivero. Un buen jardín de infancia. 

Cuando la cama se le quedó pequeña, fue transplantado a una maceta (permitidme que la llame así, contenedor no suena igual de bien). Y así, estación tras estación, fue creciendo alegremente en el vivero.  En estos lares, son supervisados en su formación, les ponen un tutor si es necesario, y, si es pertinente, se les da forma según la poda más adecuada para su edad, definiendo su futuro crecimiento.

 

Una curiosidad: en Inglaterra, a los viveros se les llama 'nursery (guardería) garden'.

Pero al llegar la adolescencia y alcanzar los 20 cm de calibre, su salida del vivero era sólo cuestión de tiempo. Un profesional del verde vendría a buscarlo y lo transportaría a otro mundo. 

Esta semilla, transformada en árbol joven, soñaba con un buen jardín, con un buen terreno donde poder desarrollarse y crecer, sin que le corten las ramas.

En su lugar encontró un futuro sin mucho porvenir, con demasiados elementos en contra: suelo compactado, sin estructura adecuada para sus raíces, apenas un pequeño hoyo para su cepellón y unas migajas de substrato alrededor.

Un buen primer riego, un par de tutores, más o menos bien instalados y … quién sabe cuándo volverían a acordarse de él, de sus necesidades presentes, para poder dar lo mejor en el futuro. 

 

Cuentan que se prepara el suelo con una estructura adecuada, que se evita la compactación a toda costa, que se les dan los cuidados adecuados y que los árboles crecen en cinco años lo que en otros lugares necesitan más de una década.

Son mejores árboles y son mayores sus beneficios. 

Es el bosque urbano soñado.

Aquí, a pesar de las malas condiciones que tuvo nuestro árbol, prosperó. Aprovechó cada gota del riego por goteo y el agua de la lluvia. Recibió las colillas y basura de los viandantes, los orines de los perros, y, en general, poca atención. Ahí estaba él, dando lo mejor de sí. Cuanto más adulto se hacía, mejor sombra ofrecía, más aire filtraba, más drenaje proporcionaba, más fauna cobijaba. Creaba un espacio de encuentro donde las altas temperaturas no castigaban tanto a los ciudadanos, les proporcionaba placer y salud, les relajaba. Estaba feliz, lo había conseguido. Era un buen árbol adulto. 

El único contratiempo era el comentario ocasional de algún vecino que se quejaba por la caída de sus hojas y flores. Como si los enormes beneficios que proporcionaba no fuesen, en mucho, superiores a convivir con la materia orgánica que desprendía, sobre todo, en otoño. 

Este árbol quería ser un buen ejemplar y seguir así por muchos años. Pero un día, nuestro árbol, para desgracia de todos, fue mutilado, a la vieja usanza, como siempre se había hecho. Recreció, pero ya no era lo mismo. Y así, cada cierto tiempo, se le mutilaba una y otra vez. Aunque quizás los vecinos del barrio no pudiesen apreciarlo, aquel árbol iba debilitándose año tras año. 

La ciudad está más expuesta que nunca a los efectos del cambio climático: afectada por el efecto isla de calor, por el tráfico, por las emisiones industriales, por la ausencia de corredores verdes y azules, por las intensas y desproporcionadas tormentas…. 

Fue en una de esas tormentas cuando cayó. Los vecinos del barrio pensaron que algunos árboles no eran seguros; los técnicos bien formados, sabían la verdad: las podas inadecuadas, y crecer sin espacio (en condiciones cada vez más hostiles) lo habían ido matando poco a poco.

El responsable político de turno puso otro árbol recién salido del vivero en su lugar. Se hizo una foto que fue publicada en prensa y en redes sociales, y se quedó tan pancho…. pese a que los especialistas le dijeron que cuando pierdes un árbol maduro, necesitas 30 árboles jóvenes para que aporten beneficios ecosistémicos parecidos.

Cada árbol quiere darnos lo mejor. Y lo conseguirían, de no ser por una mala gestión, por un rediseño del parque, por unas obras de esta o aquella avenida, por una política de poda desfasada que no funciona, por un capricho del político de turno, por la llamada de un vecino quejándose (y no recibir respuesta técnica adecuada) o por no ser valorado y conservado adecuadamente.

Todo esto es lo que hay que cambiar si queremos que esta historia tenga otro final.

Eva Alvarez

Realizadora audiovisual.

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